Rafael Ruz Valencia
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Rafael Ruz Valencia
LO QUE QUEDA: PINTAR PINTURA
Carolina Abell
Rafael Ruz pinta como si fuera andando por el campo. Un caminante callejero local y citadino que documenta el acontecer cotidiano. Recoge imágenes de cierta extrañeza, pues aparecen en contextos inverosímiles. Emergen imponiéndose como el propio cuerpo-ser lo hace en una misma y única realidad temporal: hoy. ¿Qué pasa con el ayer y el devenir de la pintura? Eso no le atañe, porque se coloca frente al lienzo tras el estudio visual de sus tomas (fotografías y videos) para iniciar otro sendero que reconoce el pasado de los pintores y también el hecho de la incertidumbre del inicio y término de lo que es al final una representación de una mixtura concreta y fantasiosa.
La fotografía y el video lo acercan a lo visto que no es necesariamente lo existente, porque la memoria juega, las percepciones pasadas alimentan y las experiencias tiñen la tela con sus colores. Apenas coloca la pintura en el pincel, ya ha empezado esa operación distante, creativa, ajena e interpretativa de todo aquello que fue o pudo haber sido. Es decir, el pintor comienza a retomar los despojos (cualquiera sea su imagen) del acontecer en el paisaje que siempre han estado ausentes en la trayectoria de la plástica chilena que centró su ojo solo en lo visible afianzando una mirada visual modélica que -desde una postura realista romántica- se queda en la mera contemplación del objeto (natural o artificial) sin penetrar en esa precariedad socio-cultural y económica que nos es tan propia.
Con su quehacer pictórico (cargado de recursos plásticos a la usanza más tradicional y también contemporánea) en pocas palabras, Ruz confronta la carencia y lo decadente para, finalmente, volver representarlas como si fueran contextos fantásticos o mejor, dicho, una realidad que clama por la fantasía.
Esa negación visual reafirma su mirada contemporánea en la materia más tradicional de la pintura: el óleo. La pintura al aceite que por antigua no es añeja, aunque hoy el mundo tecnológico vaya dejando de comprender las posibilidades expresivas que esta materia ofrece al montarse, mezclarse, diluirse o simplemente, arrancarse de la tela.
Ruz retrata lo que percibe su mente, su cuerpo entero. Y, aunque prime en la actualidad internacional la muerte (social, económica, política y corporal que imponen las guerras y los manejos manipuladores del ser humano), tal como nos escribe M. Duras (Tusquets, 2010) siempre “aflora el espíritu siempre a la superficie del cuerpo, lo recorre por entero, y de tal manera, que cada una de las partes de ese cuerpo (la obra, agrego) es por si sola testigo de su totalidad…”. Así, liberado del trabajo de campo, Ruz en la conquista de la noche con luz día escenográfica, conforma en el soporte una imagen que recupera recursos de alta exigencia pictórica: pasajes cromáticos, transparencias, zonas de variada carga matérica, etcétera. Él dice que crea un “paisaje híbrido”. Para mí esos pigmentos aplicados sobre una superficie dócil y que, a veces, tiembla con sus trazos pictóricos es “lo que queda”: Queda lo molesto/ lo afectado /la suciedad/ el olvido sin límites/ aquello imborrable/ la inadmisible explicación banal/ todo lo que perdimos, la ciudad./
Queda eso inconcluso/ que rechazamos/ lo falso/ aquello que sobra y que nadie quiere ni controla…/ (Abell, La Herencia, 2022).
GALERÍA LA SALA, Vitacura. Santiago de Chile.
